Ponerse a escribir con una mente nublada, no es fácil. Ponerse a escribir un balance con la mente nublada, tampoco.
El primer día de mi nuevo año implicó crecimiento, avance y madurez. Pero también tristeza, desilusión y miedo.
Acabo de recordar por qué no me gusta el verano. Acabo de pensar que no me gustan las vacaciones. ¿Cómo distraerte si no hay rutina que seguir, nada más en que pensar?
En épocas así, la vida, se basa en los pequeños hechos de cada día. Y cuando esos hechos vienen acompañados de infinidades de emociones, son muy difíciles de reemplazar o sustituir.
El verano es un camino de ida, un intervalo. Un intervalo entre el otoño y la primavera. Un intervalo para sentir, pensar, reflexionar y crecer. Pero cuando se sufre en verano, es el peor sufrimiento de todos.
El verano es un intervalo para equivocarse, para animarse, para experimentar, y conocer.
Lo más lindo del verano es el regreso, regresar con la experiencia del verano que pasaste, y de la forma en que lo pasaste.
Este verano no quiero procesos, no quiero caminos. Quiero llegadas, quiero destinos. Me importa la meta, pero no el recorrido.
Y eso me asusta. Porque sé, que es erróneo.
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Nunca empecé año de esta manera y me tiene muy asustada el tránsito. Le tengo miedo al fracaso, pero sin querer el éxito. Tengo miedo a lo malo, al sufrimiento, al dolor.
Say no more.

Te invito a mi habitación.
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